Entrevista a Gustavo Eduardo Plis Sterenberg, Director de la Camerata San Juan que él creó
Graduado como pianista en el Conservatorio Nacional de
Música de Buenos Aires, Gustavo Eduardo Plis Sterenberg, recibió Diploma de
Honor en las carreras de Composición y Dirección Sinfónica y de Ópera en el
Conservatorio Rimsky-Korsakov de San Petersburgo (Rusia). Fue becario del
Ministerio de Cultura de la ex Unión Soviética y del Mozarteum Argentino. Hasta
el 2006 fue director permanente de la orquesta del Teatro Mariinsky (ex Kírov),
y director invitado de la Filarmónica de San Petersburgo, con la que grabó
varios CDs. Fue paracaidista y artillero en la ex URSS y Socorrista de la Cruz
Roja en Managua (Belmonte), Nicaragua, durante 1979. Es autor del libro “Monte
Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina” (2003).
Alojado en un hotel en el microcentro porteño, el director y
compositor argentino, que se encuentra dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de Danza por la Inclusión en “La Traviata”, en
el Teatro Coliseo, aguardaba el encuentro diez o quince minutos antes
de lo acordado, sentado en un sofá de dos cuerpos en el hall de entrada, con su texto “Monte
Chingolo. La mayor batalla de la guerrilla argentina" sobre una mesa ratona y una botellita de agua mineral. Al telefonearlo por la mañana se oía en el ambiente música sinfónica.
-¿Cómo fue que llegó a ser paracaidista
y artillero en la ex Unión Soviética?
-De chiquito soñaba con ser paracaidista y en casa era cosa
prohibida. Hasta que cuando fui mayor de edad lo primero que hice fue examinarme,
pedir el ingreso a la práctica de paracaidismo y bueno, llegó el primer salto.
Tuve 25 saltos en total porque después abandoné. Hubo una emergencia que un
poquito me asustó porque casi no la cuento, y además en ese momento era el año 82,
éramos reservistas del Ejército y el hecho de ser paracaidista o aviador,
piloto, o acuanauta, era a la vez obligación ceder servicio en el caso de
conflicto militar. Y justo en ese momento estalló el conflicto por las islas
del Atlántico Sur y yo para agilizar todo, con mis compañeros nos ofrecimos de
voluntarios y además escribí al Regimiento de Infantería Aerotransportada N°2,
General Balcarce en Córdoba, donde fui alistado. Pero la guerra terminó mucho
más rápido que todo este proceso mío de incorporación al Ejército. Justamente
yo que tenía un pasado de enfrentamiento con la dictadura, que eso era lo
principal. Pero fui arrastrado por los acontecimientos de que venían los buques
ingleses y mataban soldados argentinos entonces yo quería aportar sin abandonar
mis banderas de lucha. Yo estaba clandestino, había regresado al país. Estuve
clandestino en Israel, después vino el éxodo, después el regreso, el conflicto
en Malvinas, y después la democracia.
-¿Y con respecto a su rol en la ex
Unión Soviética?
-Soy artillero honorario de la Unión Soviética. Había un
comandante que le gustaba mucho la música clásica, iba siempre al Teatro
Mariinsky donde yo era uno de los seis directores permanentes, y hablando, yo
le hablé de las pequeñas batallas donde había participado en Nicaragua por
ejemplo, y él me contaba de Chechenia, y un día me dijo “ponete este uniforme.
Te paso a buscar a las dos de la mañana”, tres, cuatro, no me acuerdo, viajamos
muchísimo y fui a las maniobras del Ejército Ruso, y primero estuve en el
puesto de observación. El polígono donde los artilleros apuntaban, disparaban, corregían
el tiro era el puesto de observación. Explotaban ahí adelante mío los obuses
que pasaban por arriba y después nos fuimos cinco kilómetros para atrás y
estaban las baterías. Y ahí estaba mi lugar entonces yo era el disparador. Porque
hay otro que es el apuntador, cuando se dispara la salva de 122 milímetros, se
abre la parte de atrás y se saca hirviendo eso y ahí, para bautizarse hay que
pasar la mano, eso está caliente, pasarse las manos por la cara que queda hecha
carbón y con el instrumento con el cual colocan la carga dentro del cañón, con eso
te dan un reverendo golpe en el trasero, con lo cual estás recibido de
artillero. Entonces yo estuve ahí. Quedé sordo. El general que manejaba todo el
operativo de práctica sabía quién era yo entonces dice “hay que cuidarle los
oídos” y me dieron unos auriculares y yo dije “no, yo como un soldado raso”.
Después me dijeron “agarrá una cuerda así
estás más lejos”, y yo “no, como un soldado raso”. La fila era de más de 80
cañones y al disparar un cañón al lado había que taparse el oído derecho con el
brazo izquierdo y con la mano derecha tironear y ahí aprendí lo que era la
palabra fortíssimo. Fueron varios
días y listo.
-Toda una
experiencia.
-Toda una experiencia, sí. No tiene análogos en occidente
ese cañón. Y acerca del famoso 122 hay muchas anécdotas.
-¿Como cuáles?
-122 milímetros es el calibre del cañón, un cañón que se
despliega en dos o tres minutos. Se coloca un trípode y encima la batería. Es
muy cómodo de transportar. Se utilizó en Irak cuando los norteamericanos
invadieron Irak. La flota estaba a una distancia donde el 122 no llega y los
poderosos cañones de los buques americanos sí llegaban. Entonces un instructor
ruso le dice a los soldados “hagan un fogón”. Hicieron un fogón y pusieron
todas las cápsulas sin la carga de pólvora y sin el proyectil. Las cápsulas las
pusieron alrededor, hicieron como una corona y cuando estuvieron a determinada
temperatura, calientes, dicen “disparen ahora”. Agarraron todos, dispararon y
averiaron media flota norteamericana. No sé si media flota pero unos seis,
siete barcos, seguro. Y los barcos asombradísimos de lo que había pasado se
retiraron para atrás.
-¿Cómo fue que usted
se vinculó con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP)?
-Ellos me consideraban, y yo, ‘simpatizante organizado del
ERP’. Había varias categorías. Adelante mío estaba otras categorías que se
llamaban ‘colaborador’, ‘aspirante’ y la última era ‘militante’. Había que pasar
una escuela de cuadros. En ese momento era muy duro, yo era estudiante en la Facultad
de Medicina y me vinculé y participé en pequeñas cosas como volanteos, pintadas
y cosas por el estilo. El compromiso hasta ese momento no había sido muy grande
pero la represión ya estaba muy fuerte y mi contacto desapareció. Y después me
vinculé a otra organización que también sufrió persecución, desaparecidos, yo
tuve que pasar a la clandestinidad y ahí se cierra el círculo.
-¿A qué otra
organización se vinculó si se puede saber?
-Es una organización que ya no existe. Era Política Obrera.
Que de Política Obrera surge (Jorge) Altamira con el PO actual. Es un grupo con
el que cual yo me vinculé y lo apoyé porque era el único en ese momento que
apoyaba la consigna ‘Aparición con vida’ de los desaparecidos, el único grupo.
Y yo, dentro de lo que es la política de Derechos Humanos, apoyaba. En el resto
de la actividad, no. Así y todo me consideraban un militante. Yo siempre
consideré, que no solamente en esas circunstancias, yo estaba de acuerdo con la
política del ERP, el PRT, que era un frente estudiantil, un frente fabril, un
frente juvenil, estaba la JG (Juventud Guevarista), y además el frente militar.
Y estaba a favor de mantener la presencia en Tucumán de la Compañía de Monte.
Participé en una campaña financiera que yo con mis contactos junté lo que pude
y realmente era muy difícil. Le decía a mis amigos “hoy estoy en una campaña
financiera, dame plata para financiar una organización”. “¿Qué organización?”, “El
ERP”. “Ya no sos mi amigo”, me contestaban.
-También fue
socorrista de la Cruz Roja en Nicaragua. ¿Cómo fue esa experiencia?
-En Nicaragua mi compromiso ya fue mayor pero estaba solo.
Entonces fui a Managua donde yo era personal de la Cruz Roja en Argentina y me
hice mandar voluntario a Nicaragua en el año 79. Plena guerra civil. Sufrí un
simulacro de fusilamiento ahí porque estuve prisionero. Por suerte me sacaron
unos suizos porque la Cruz Roja Internacional está integrada solamente por
suizos y para evitar un escándalo internacional, me soltaron. Con unas cuantas
pataditas. Vi cosas espeluznantes en Nicaragua. Estuve en el medio de balaceras
y me siento muy orgulloso de haber contribuido a salvar la vida de algunos
sandinistas heridos que yo los metía de prepo en nuestros camiones y nos íbamos
corriendo a la base de Belmonte que era territorio neutral. Neutral porque
teóricamente la Cruz Roja es equitativa, no tiene posición política. Éramos
todos simpatizantes del sandinismo y los sandinistas a mí me llamaban ‘Checito’,
porque en todos lados yo decía “che, oíme; che, vení para acá”. Entonces quedó.
Y ahí comprendí por qué lo llamaban ‘El Che’ al gran guerrillero argentino
cubano. Y bueno, yo termino cuando se publicó una lista al estilo de la Triple
A donde yo encabezaba la lista de los futuros ejecutados. Hubo un operativo y me
subieron a un avión así como estaba vestido. Dejé todo. Estaba con el uniforme
de la Cruz Roja manchado de rojo porque había llevado en upa a una chica que
chorreaba sangre y la sangre se me metió adentro de la camisa y así subí. Con
un olor tremendo porque después de meses sin bañarnos nos reconocíamos con los
ojos cerrados unos a otros.
-¿Fueron muchos
argentinos para allá?
-Los argentinos que fueron eran los ex PRT que estaban en un
lugar que se llamaba ‘Peñas Blancas’ liderados por Enrique Haroldo Gorriarán
(Merlo). Ellos no podían entrar porque había una unidad de la Escuela de
Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) que los mantenía a raya justo en la
zona de Peñas Blancas, en el límite de Costa Rica y Nicaragua. Cuando fue el triunfo
y se desarticuló el EEBI, los que casi me matan en Managua, ahí entraron.
Cuando ellos entraron yo ya estaba en Buenos Aires así que no los pude ver. No
eran muchos, creo que eran seis o siete. Pero la unidad internacional que
estaba ahí no era solamente de argentinos sino que había de todos lados, panameños,
piscos, costarricenses. Yo viví la insurrección desde Buenos Aires, el éxito de
la insurrección, y cuando yo estuve allá era el momento más difícil porque era
el terror absoluto. Hasta bombardeaban con dos aviones que yo fotografié
subrepticiamente pero cuando me agarraron, casi me fusilan, y me sacaron la
cámara. Perdí un material fotográfico espeluznante. Por ejemplo, cuando agarraban
chicos de la calle, menores de edad, les ponían un casco y los ponían locos
histéricos: “¿Ustedes qué son?”, “Tigres”, “¿Y los tigres de qué se alimentan?”,
“De sangre”, “¿De sangre de quién?”, “Del pueblo”. Y los largaban a ametrallar
a la gente. Eso yo lo vi. Y como Cruz Roja tuve muchos casos de la rutina de la
atención médica pero estuve en el medio de esas balaceras sabiendo que
cualquier momento podía ser el último. Pasé por eso, no fueron grandes batallas,
y en la muerte de uno de los líderes de la represión ligué de recompensa un
tiro de M1 Garand y tengo esa bala. No había tanto control así que la pasé en
el bolso.
-Usted dijo en una
entrevista que hay mucho material sobre Montoneros y no tanto sobre el ERP y
eso lo llevó también a escribir el libro “Monte Chingolo. La mayor batalla de
la guerrilla argentina” (2003). En ese sentido quería preguntarle qué lo llevó
a vincularse con ERP y no con Montoneros. ¿Cuáles serían sus críticas?
-Montoneros tenía una aceptación de su líder máximo, que era
el general (Juan Domingo) Perón. Quizás eso fue lo principal. Yo no era
antiperonista pero no era peronista tampoco. Y tampoco quería hacer la política
del entrismo, es decir meterme adentro para transformar desde adentro a la
organización. Yo vi que una organización que luchaba por la igualdad social,
contra las clases dominantes era lo más cercano ideológicamente a lo que yo
pensaba. Era una organización internacionalista, por eso fundó la Junta de
Coordinación Revolucionaria con organizaciones hermanas de otros países y era muy
consecuente. Quizás el error fue no haber guardado los fusiles cuando asumió (Héctor
José) Cámpora. Aunque durante el gobierno de Cámpora no hubo grandes acciones
sino que se devolvieron dos secuestrados que tenía el ERP. Fueron liberados.
Entre ellos creo que estaba Crespo, el militar.
-A partir de
testimonios fue que comenzó a escribir el libro. ¿Usted participó de alguna
manera en aquellos sucesos del 23 de diciembre de 1975?
-Me gustarían que me llamen un historiador. Un historiador
que fue un simpatizante organizado. El libro es terrible porque me consumió
muchísimas horas. Viajé a muchos países a buscar gente que ya no está. Me metí
en villas donde no hay calles, donde no hay números de casas. En ese momento,
ir golpeando puerta por puerta hasta encontrar a las familias de los posibles
militantes que tomaron parte. El libro creo que está logrado en el sentido de
que hay un panorama previo muy importante. Está descubierta toda la red de
inteligencia que participó contra el ERP, la acción propiamente dicha y las
gravísimas consecuencias que tuvo en ese sentido, y como un anticipo de lo que
tres meses después sería el golpe de estado a nivel nacional y la represión
brutal. El anticipo fue Monte Chingolo. Primera vez que salen los tanques a la
calle.
-Y también, como
usted dijo en alguna publicación, fue la última gran expresión de resistencia
de una organización revolucionaria.
-Sí, en ese momento fue la última porque ya la militancia
había retrocedido y ya se transformaba en un combate entre aparatos. Y el
aparato nuestro no se podía comparar con el aparato del Estado.
-¿Está trabajando en
algún nuevo material?
-Sí, estoy juntando material. Voy a ver si escribo sobre una
combatiente de la Compañía de Monte en Tucumán, una alumna de escuela de sólo
doce años que se vistió con el uniforme de la Compañía y fue a combatir. Y ando
buscando a la familia para que me cuenten algo. Y después otra cosa es que
Mstislav Rostropovich, el famoso violonchelista ya muerto, yo fui asistente de
él y él me pidió que cuente su vida, y me dio, mientras trabajábamos durante dos
años, él me iba contando anécdotas muy jugosas, muy divertidas. Bueno, en eso
estoy trabajando.
-Para su libro “Monte
Chingolo” además de entrevistar a combatientes del ERP también buscó
testimonios de militares que hubieren actuado o sido testigos de aquellos
sucesos en el ‘75.
-De varios de ellos, sí. Por ejemplo un Teniente Primero que
participó y fue herido. Pero él reconoce al ERP, el valor de la gente, reconoce
la calidad, y que fueron a combate por un ideal. Y obviamente le pidieron el
retiro efectivo y se fue de baja. Con otros fue más violento porque por ejemplo,
al jefe de Inteligencia del Batallón 601 no lo pude entrevistar pero sí hablar
por teléfono y me dice: “Y esta ciudadanía puta que no nos reconoce que
nosotros acabamos con el marxismo”. “La ciudadanía puta no nos reconoce y nuestros
comandantes están presos”. Y bien presos que estaban.
-Con respecto a la
música, ¿sigue componiendo?
-En este momento no pero lo que sí estoy haciendo es reconstruyendo
la gran cantidad de obras que tengo y este año con la Orquesta de Cámara de San
Juan que se llama ‘Camerata San Juan’ tocamos una suite para orquesta de
cuerdas en tres movimientos, mía, que gustó mucho por suerte, y mi mujer, que
es violista, junto con un pianista de Mendoza tocaron otra. Así que estoy más en
la parte de difundir lo que ya compuse. Lo que compuse en Rusia es quizás lo
mejor que hice y ahora que las fuerzas no son las mismas lo que trato es
organizar ese material y presentarlo. Difundirlo.
-Su creatividad fue
lo que posibilitó que lo convocaran de Rusia. Cuando estudiaba en el
Conservatorio Nacional, un profesor lo recomendó por sus composiciones y fue
becado para completar sus estudios en Rusia.
-Exactamente. Estando allá hice dos carreras con diferencia
de un año. Iba, en Composición, un año avanzado y, en Dirección Sinfónica, un
año atrás. Y después me pasaron al Teatro Mariinsky porque el jefe de la
cátedra, que era el maestro de (Valery) Gergiev, el máximo director en Rusia,
le dijo “este muchacho vale la pena” y llegaron a decir que “es más ruso que
los rusos”. Por mi conocimiento de, no solamente del idioma, la cultura, sino
los clásicos de la literatura y la música. La música sinfónica rusa que es lo
que yo más domino. Por ejemplo, participé en las giras del Teatro Kírov a trece
países. Estuve en China, en Italia, en Suiza, Gran Bretaña, etc.
-El idioma ruso, ¿cómo
lo aprendió?
-Lo que hice fue, el primer día, amistades con los rusos. Y
lo que no hice fue participar del ghetto de los estudiantes latinos, que se
encierran. Yo prácticamente no hablaba el español allá y eso me ayudó porque
aceleré el proceso y en un mes estaba hablando ruso. Y en un año estaba
hablando sin problemas, libremente, una conversación profunda. Así que Rusia me
dio todo.
-¿También escribe en
ruso?
-Sí, por supuesto. Eso ya no lo pierdo más.
-¿Qué considera de la actividad donde usted está participando como
director de la Orquesta Sinfónica de Danza por la Inclusión?
-Es una iniciativa muy buena. Lo conozco a Iñaki (Urlezaga)
porque trabajamos juntos en montones de lugares en Argentina y en el exterior y
él sabe que yo fui el principal director de ballet en el Teatro Mariinsky donde
está el Kírov y él me eligió y me pusieron como director estable para ellos, lo
cual es un honor y es una responsabilidad. La iniciativa de ellos es muy buena,
cuenta con el apoyo del Estado y difunde de manera gratuita ese arte que es
hermoso, la combinación de lo sinfónico y la escena. Es como la Camerata San
Juan. Es lo mismo, es un proyecto que yo hice, que fue apoyado por la
gobernación y ahora es una Orquesta Estable de Cámara y brinda espectáculos
absolutamente gratuitos, de gran calidad, la gente se da cuenta, y nosotros siempre
tocamos con sala llena en el Auditorio.
-¿Cuál es su parecer
al respecto de los músicos que lo acompañaron estos días en La Traviata?
-Si puedo decir algo son solamente palabras de elogio porque
la Orquesta estaba conformada por músicos de primera categoría. No todos de la
Orquesta Sinfónica de San Juan, sí mi mujer, y también, creo, que de la
Sinfónica Nacional y quizás algunos de la Filarmónica. Hicimos una grabación
del espectáculo que es una muestra, eso va a ser para las giras de la compañía
de ballet, porque no pueden costear una gira de una Orquesta Sinfónica, y la
grabación es un botón de muestra de la calidad y la comunión de espíritu que
hemos logrado, desde mi puesto de director y mis camaradas de la orquesta.
-La carrera de
medicina, ¿la terminó?
-La abandoné en el último año. Después de Malvinas yo estaba
agitando las 24 horas del día, había visto mucha sangre en Nicaragua en el año
79 y ya venía por inercia, y ya no podía mantener dos personalidades, una
pública y una clandestina, así que me dediqué a la clandestina.
-¿La hizo en la Universidad
de Buenos Aires?
-Sí y tengo la libreta universitaria incompleta. Llegué a
hacer cinco años de seis.
-¿Cuál de las tres
actividades, entre la musical, el rol de historiador y la medicina es la que
usted considera que más lo representa personalmente? ¿O, de algún modo, van de la mano?
-No, solamente me
representan la historia, la historia pero política y musical también. Y mi
actividad como director. Yo lamentablemente sufro una enfermedad muy peligrosa
entonces antes de cada función me tengo que preparar farmacológicamente para
poder estar cien por cien. Ese es el castigo que recibí por mis pecados de
juventud y voy a tener que llevar hasta el fin de mis días.
-¿Cómo ve estos días en Argentina a nivel
político?
-Estoy perdidísimo. Fui a comer con familiares, e inclusive
dentro de la familia hay criterios muy opuestos, y yo simpatizo, pero no tengo
muchos argumentos, estoy muy alejado de la política, simpatizo con el proyecto
actual y voy a votar por la continuidad de este proyecto.